El ambulatorio
Pasados los primeros dias que te retienen en cama y en casa, regresas de nuevo al cole, y a la salida, por la tarde, alli te espera mamá, pues el tratamiento aun no ha finalizado. Te despides de tus compañeros de clase con cierta verguenza pues ellos saben lo que te espera en la proxima hora, y de hecho se quedan haciendo comentarios en bajo, sobre el tema; lo se bien, otros dias le toca a otras la inyeccion. A regañadientes le das la mano a mamá y caminais hasta el ambulatorio u hospital. Es un edificio en forma de T y su entrada esta en uno de los angulo que se forman entre dos de los bloques. Atraviesas las puerta, con menos trafico humano que por las mañanas y accedes a pocos metros a una escalera que te sube al maldito tercer piso. En este momento comienza el miedo y uans terribles ganas de escapar. La escalera sigue, pero tu la abandonas en esa tercera planta y te dirijes hacia la pared sur de donde parte un pasillo, con ventanas a la calle por un lado y las salas de espera delante de las puertas de cada consulta. El practicante está al final, y su sala de espera es la mas grande. LLegas y ya una multitud de niños y niñas sobre todo, de todas las edades lloran, corretean, juegan... siendo la inmovilidad de los mismos directamente proporcional a la edad, es decir, los mas mayores casi ni respiran. En esta epoca casi todos los que ponen inyecciones son hombres, practicantes; las mujeres, enfermeras, solo te pinchan si estas ingresada en el hospital. Una largas banquetas con respaldo y brazos laterales, de dos listones de madera, son los unicos muebles de la sala. Se abre la puerta y el ambiente se torna tenso. Lo mejor es ser la primera y que no te de tiempo a pensar, pero casi nunca hay suerte. Una vez que pasa el primero, comienzan los llantos previos de resistencia, las palabras tranquilizantes de mamá y del propio practicante (tambien alto, fuerte y con bigote), el grito de sorpresa al clavarse la aguja y de dolor al penetrar el medicamento, y el llanto posterior; esto no lo ves, pero en tu mente se representa fielmente, con todo detalle. Tu estarás en su msima situacion en unos minutos. Los ms peques lloran con descaro, a ellos les esta permitido, pero nosotros los mayores, niños y niñas ya con la comunion hecha, nos humilla llorar en publico, y menos delante de otros de nuestra edad, por ello te sometes y reprimes tus ganas de gritar y llorar, dejando tan solo escapar alguna lagrima furtiva. La sala donde se inyecta es espaciosa. Atraviesas la terrible puerta de color gris, con un cristal opaco en su cuarto superior, y un suelo con baldosas blancas y negras, como si de un tablero de ajedres se tratase, y unas paredes cubiertas hasta la mitad por pequeños azulejos grises te envuelven. Un biombo al fondo, en una esquina; en la otra una mesa, la del practicante, y sus correspodientes sillas. Nada mas entrar, a la derecha en forma de L, unos muebles parecidos a los de una cocina, incluso con una pila. Alli se prepara todo. Mas o menos del centro de la estancia hacia la izquierda una camilla, donde tumbarte para recibir tu inyección. Alli esperas, preparada, con la cabeza girada hacia el practicante que prepara la mezcla. Tu misma te has colocado sobre la camilla despues de bajar un poco tus braguitas, y tu acompañante, mamá, se adelanta y subiendo la falda del uniforme del cole, le da un nuevo tiron y te las baja hasta la mitad de los muslos; no entiendo porque tengo que permanecer con el culo al aire desde tan pronto. El humedece el algodon en alcohol y ya sabes que todo comienza, o bueno sigue. Es breve, pero intenso, como un orgasmo. Todo acaba, te levantas te arreglas y sales por esa puerta, con la mirada baja escapando de otras miradas, con la mirada entornada, buscando otras miradas.
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